Muerte de Macbeth, de la película de Roman Polanski
He hablado de ese culto americano al que
llaman Humanismo. Es la creación de ciertos críticos que, en términos generales,
substituiría – tanto para el romanticismo como para el realismo de los modernos–
el clasicismo que se encuentra en los antiguos. Por supuesto, hay algunos que califican
al clasicismo de frío, en especial aquellos a quienes les gusta que su romanticismo
y su realismo sean fuertes y calientes. El clasicismo no es para nada la parte
vital del Humanismo. Tampoco es, de manera especial, la parte humana del
Humanismo. De ninguna manera creo que debo estar de acuerdo en todo con los líderes humanistas. Pero coincido con ellos en una cosa que, además, me parece la más
importante. En esencia se trata de esto. El Humanismo le dice al meramente humanitario: “Siempre
me estás diciendo que olvide las cosas divinas y que piense en las cosas
humanas. Y luego me hablas de la patética impotencia de los seres humanos, de su deficiente
entorno y de su fatal legado, de sus obvios orígenes y sus incontrolables
instintos animales, para terminar con el viejo y fatalista lamento de que
debemos perdonarlo todo, porque no hay nada que perdonar. Pero estas no son las
cosas humanas. Son, de manera
especial y específica, las cosas subhumanas, aquellas que compartimos con la
naturaleza y los animales. Las cosas humanas más notorias y particulares son
aquellas que ustedes descartan como meramente divinas. Las cosas humanas son el
libre albedrío y la responsabilidad y la autoridad y el sacrificio, porque son
cosas que sólo existen en la humanidad”.
Sobre este punto crucial estoy por completo de
acuerdo con el Humanismo, pero no es mi intención discutir aquí ese punto en
particular. Solo quiero dejar registro de una impresión sobre los más violentos
opositores del Humanismo, en particular sobre una expresión que abunda en su
fraseología y que es probable que signifique algo en su filosofía. Muchos de
los que pueden mirar atrás en sus largas y felices vidas, y ver que han asumido
por mucho tiempo el personaje del Joven Rebelde, se molestan con la aparición
de este anticuado clasicismo, en especial cuando aparece (como en general lo hace)
en personas mucho más jóvenes que ellos. Y he notado que la consigna que se usa
contra los humanistas consiste en decir que son meramente críticos, mientras
que todos aquellos a quienes les disgusta se consideran creativos. Y, aunque no tengo la
intención de entrar en una pelea en torno a la palabra Humanismo, me siento
atraído de algún modo a intentar considerar lo que queremos decir, y en
especial lo que ellos quieren decir, con las palabras crítico y creativo.
Me parece que el menosprecio por el crítico,
en relación con el creativo, no quiere decir que a nadie se le debería
permitir escribir, a menos que escriba novelas. Los humanistas son seres
humanos --al menos eso se les puede conceder de manera tentativa-- y a los seres
humanos se les permite pensar, incluso cuando no tallan, pintan construyen o
tocan el violín. Pero, cuando consideramos la creación con un significado un
poco más profundo, encontramos que el asunto es un poco más difícil. Todavía más
difícil es dogmatizar sobre el asunto. No estoy dogmatizando, solo hago preguntas,
como Sócrates, sobre gente que sospecho que no sabe ni siquiera cuáles son sus
propios dogmas. ¿Qué es lo que exactamente quieren decir estos modernos tan exquisitamente
modernos cuando dicen que su literatura moderna es creativa? Tengo la sospecha
de que, incluso cuando es inteligente, no es muy creativa. Es exactamente lo
que ella misma acusa a sus enemigos de ser: crítica. Por ejemplo, yo tengo
una sincera admiración por la admirable vitalidad y la veracidad de la mayor
parte del trabajo de Mr. Aldous Huxley. Pienso que es el más brillante de
los modernos; y él mismo reconoce ser el más moderno de los modernos. Pero,
considerado como un proceso intelectual, su trabajo me parece enteramente crítico.
No es fácil, por supuesto, señalar algo que
sea enteramente creativo. En filosofía pura, como en teología pura, los hombres
son incapaces de crear, solo de combinar.
Pero hay un significado en esa palabra con el que podemos trabajar: el
de cierta imagen evocada por la imaginación del individuo que pudo no haber
sido evocada por ninguna otra imaginación, y que agrega algo al imaginario del
mundo. Considero creativo que alguien escriba "los multitudinarios mares
carmesíes". Me parece creativa por tres razones reales y prácticas: primero,
porque nadie habría pensado en algo así, si Mr. William Shakespere no hubiera
pensado en ello; segundo, que a pesar de ser apocalíptica y titánica, no es una
idea anárquica; es gigantesca y no se limita a extenderse, se ajusta dentro del
marco del pensamiento exactamente del mismo modo que el mar se ajusta en las
bahías y ensenadas del mundo. Además es, de paso, con todo su trágico
oportunismo, una imagen alegre: le ofrece a la mera imaginación un goce positivo
y apasionado de color, como la dicha de beberse un mar púrpura de vino. Pero,
la tercera y más importante de las razones, es que revela el misterio moral donde radica todo el significado de una tragedia como esa; es un misterio expresado con
un impacto sin el cual se sobresaltan los asesinos que llevamos dentro; la
noción de la delgada división entre el crimen que está oculto en la casa y el
pecado que inunda el universo; lo que se quiso decir cuando se dijo que las cosas que
se dicen en un recinto deben ser proclamadas desde los balcones; la idea
central del Día del Juicio, cuando el mundo de veras se dobla de adentro hacia
afuera. También podemos agregar que esa frase asombrosa no solo es un discurso,
sino también un gesto. En el sentido vital, es dramático suponer que mojar un
dedo puede hacer que de repente los mares se tiñan de escarlata. Pero este
mismo drama es una moral, y no significaría nada que los mares se tornaran de
color escarlata a menos que los pecados también fueran escarlata… Pero, ¿qué es todo esto? Esto no es moderno. Esto no es científico. Tampoco es la manera puramente experimental y
realista con que los Jóvenes Rebeldes han venido escribiendo durante los últimos
treinta o cuarenta años. Todos ellos dicen ser creativos y deberían saberlo. Y,
de acuerdo con su teoría del arte puramente creativo, debería existir una
actitud por completo desapegada y amoral por parte de los involucrados en el
asunto. No debería importar si la mancha en el dedo de Lady Macbeth fuera
sangre o tinta roja; o si transformara el color de los mares multitudinarios al de la carne cruda o la sopa de tomate. Evidentemente, esa actitud de desapego es una tranquilizadora
y aislada condición del intelecto, y permite evitar las perturbadoras corrientes
de la crítica ética o teológica. No hay nada que decir contra eso; excepto que, si
todo el mundo habitara en ese estado mental científico y sin moral, nadie habría podido escribir Macbeth.
Y, me parece que es ahí donde se rompe toda
esa teoría del arte que no es crítico ni tiene crítica. De hecho, uno no puede
entender Macbeth a menos que reconozca y comparta un decidido horror por el
asesinato. Y no sé cómo puede uno sentir
rechazo por la muerte sin conmoverse por la moral. Y si ser crítico quiere decir
rastrear estos cables eléctricos o alarmas de las leyes de la vida, que de
hecho electrocutan cuando se les toca o se les traspasa, entonces no son solo
los críticos clásicos quienes son críticos. Es Shakespere quien es crítico; no,
es Lady Macbeth quien es crítica, de hecho es crítica en extremo con la misma Lady
Macbeth. Si ser crítico es reconocer los verdaderos Diez Mandamientos de la
vida y la muerte, entonces todos los artistas creativos son críticos; y no
serían creativos si no fueran críticos. Si no fuera por esa extrema agonía de
autocrítica, Lady Macbeth jamás habría tenido esa explosiva visión de un mundo ensangrentado.
“All I Survey”
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