Saturday, June 9, 2018

Sobre la mala poesía




Hace poco disfrutaba de un libro titulado El buho de peluche: Una antología de malos versos. La selección la hicieron, creo, Mr. D. B. Wyndham Lewis y Mr. Lee; pero no estoy reseñando el libro, que debió ser reseñado en otra parte y, estoy seguro, recibió la admiración que se merece. Por el momento, ha puesto mi pensamiento a divagar por los amplios y ricos y multicolores campos de la literatura inferior. Los editores de la antología han explorado ampliamente estos territorios dorados, y no tengo la intención de competir con sus conocimientos académicos en relación con los monumentales clásicos de la mala literatura, ni con su exquisito y delicado instinto artístico para las más finas y frescas sombras de la imbecilidad. Si he de adaptar con reverencia la definición que Matthew Arnold nos ofrece de cultura, los editores de esta antología conocen lo peor que ha sido dicho y pensado en la historia de la humanidad. Por supuesto que cualquier crítico podría quejarse de cualquier antología por haber dejado fuera algunos de sus favoritos. Puede incluso alegar que algunos de los incluidos no están al nivel elevado de la antología. Del mismo modo como un crítico revisa una antología común, en busca de una pieza que pueda señalar como un defecto, aquí el crítico puede arrojarse en busca de algo que no sea tan poco inteligente como para satisfacer el alto criterio de la antología, y señalar con severidad algunos pasajes que no son tan malos como deberían ser. Destellos de inteligencia casi humana, brillos de algo más que razonamiento bestial, espasmos de algo que se asemeja al habla, alivian la imperial monotonía de los poemas de Alfred Austin o las pasiones paganas de los más temerarios, por no decir desvergonzados, imitadores de Swinburne. Después de haber vadeado una barahúnda de cientos de palabras, es posible encontrar de vez en cuando una palabra que por accidente parece haber salido bien. Pero no debemos quejarnos; nada en la vida es perfecto, ni quiera la mala poesía. 
Por supuesto, hay una dificultad real en la clasificación de tales clásicos. Necesariamente se dividen en, por lo menos, dos vertientes distintas que tienen un estatus y un valor diferentes, y que plantean dos preguntas que difícilmente son de igual importancia intelectual. La primera es: "¿Por qué las personas que no son poetas tratan de escribir poesía?”  Y la segunda:  "¿Por qué las personas que son poetas no consiguen escribir poesía?” La segunda pregunta es la más difícil y por lo tanto la que más vale la pena responder. Al primer grupo corresponde toda clase de accidentes de la ignorancia y la inexperiencia y la vanidad y el autoengaño ególatra; pero, más allá de eso, no tiene nada de extraordinario. Un proverbio misterioso declara que los pajaritos que pueden cantar y no lo hacen deben ser obligados a cantar; aunque no he podido imaginarme cómo sea posible hacerlo. Pero evidentemente nunca ha habido nadie con el coraje para sugerir lo que debe hacerse con los pajaritos que no pueden cantar y sin embargo cantan. Parece no haber una sugerencia posible, salvo la de pegarles un tiro; contra lo cual, en nombre de San Francisco de Asís, patrón de todos los pájaros y los poetas y otras molestias menores, me permito protestar. En una antología como esta abunda, por supuesto, la variedad de simples limitaciones provincianas, la poesía del poeta del pueblo que de manera terrible se asemeja al bobo del pueblo, ese tipo de cosas que Oliver Wendell Holmes satirizó juguetonamente en el personaje de  Gifted Hopkins. Hay mucho de eso en este libro; pero en el mundo es tanta la poesía de ese tipo que los ejemplos, necesariamente, tienen que ser accidentes. Es probable que cada uno de nosotros haya encontrado su disparate favorito, en un anuncio publicitario o un epitafio o en algún rincón de un periódico; y que la cosa se haya mantenido casi tan privada como un chiste familiar. Hacer un registro de todos esos descubrimientos individuales requeriría no solo de una antología, sino de una biblioteca de lunáticos, una especie de Bodleian de Malos Versos.
No resisto la tentación de hablarles, a Mr. D. B. Wyndham Lewis y a todos los otros verdaderos amantes de la mala poesía, de un poeta a quien estoy seguro que no le negarían el laurel. Me refiero a una persona tan famosa como el reverendo Patrick Brontë, el padre de las grandiosas hermanas Brontë, cuyos poemas están impresos al final de una edición de las obras de sus hijas. A menudo se ha dicho que Mr. Brontë era duro e inhumano; pero merece un lugar en la literatura, ya que inventó una métrica que es un instrumento de tortura: consiste de una estrofa rimada que termina con una palabra que debería rimar y no lo hace. Está describiendo, si recuerdo bien, las virtudes ideales de una doncella de pueblo, y una de las estrofas dice:
   To novels and plays not inclined
   Nor aught that can sully her mind;
       Temptations may shower,
       Unmoved as a tower
   She quenches the fiery arrows.

[ A teatro y novelas no se ha de inclinar
Ni a lo que pueda su mente mancillar
       Pueden llover tentaciones
       Pero inmóvil como una torre
Ella aplaca la fiereza de las flechas]

Hace mucho no me siento a los pies de este juglar, y lo cito de memoria, pero creo que otra estrofa del mismo poema ilustraba de este modo el concluyente sacudón de desencanto:

Religion makes beauty enchanting;
   And even where beauty is wanting,
       The temper and mind
       Religion-refined
   Will shine through the veil with sweet lustre.
[La religión hace encantadora a la belleza;
E incluso donde la belleza no se muestra,
      Mente y temperamento
      Por la religión dispuestos
Brillará a través del velo con dulce lustre.]

Si lo lees demasiado llegarás a un estado mental que, aunque sepas que el corrientazo ya viene, te hará casi imposible contener el alarido. Todos hemos leído sobre la sombría vida de las hermanas Brontë, en su casa oscura y estrecha, en sus lóbregos páramos. Hemos oído mucho sobre la manera como sus almas estaban sintonizadas con la tormenta, tanto la de vientos fieros como la de duras palabras. Pero no puedo imaginar una tormenta tan paralizante como el ruido de un reverendo caballero leyendo ese poema; no imagino una tormenta más salvaje que la despiadada repetición de esa métrica; ni un grito humano más terrible y que congele la sangre de tal modo, ni siquiera algo salido del corazón del infierno de Cumbres borrascosas.  A pesar de los educacionistas, enseñarles poemas infantiles a los niños es una cortesía; pero un hombre debe ir a la cárcel por crueldad con los niños, si les recita poemas que no riman.
El problema es mucho más interesante si dejamos la mala poesía de los malos poetas, y miramos la mala poesía de los buenos poetas. Es una vieja historia. Creo que fue Horacio quien dijo que Homero a veces cabecea de sueño; y el mismo Horacio, aunque era un tipo de persona muy despierta, a veces se permitía un parpadeo. El Cisne de Avon, el Ruiseñor de Burford, la Alondra para la que no podemos nombrar otra habitación que el cielo abierto, todas esas aves famosas alguna vez amenazaron con ser relleno para el El búho de peluche. Incluso Milton, quien habitaba en el estilo grandioso, tuvo lapsos de buen gusto. A mí, por lo menos, nunca me gustó ver a Satanás inventando la pólvora o desplegando una muy especial cena con champaña, al estilo del hotel Ritz-Carlton, para saciar el hambre de pan del Cristo humano. Por eso no es una falta de respeto con los grandes poetas el hacerlos figurar en este libro de mala poesía; porque difícilmente ha habido un buen poeta que no haya sido al mismo tiempo un mal poeta. No estoy muy seguro de lo que esto significa, pero estoy muy seguro, para efectos prácticos, de la moraleja que esto encierra. Primero que todo, es saludable notar que el poeta generalmente anda de cosecha cuando se mueve de manera más fluida en el tobogán lubricado de los elogios y el progreso y las modas imperantes. Pero, cuando el poeta clásico es más clásico es cuando nos resulta insulso y pomposo. Cuando el poeta romántico es más romántico es cuando nos parece más chapucero y sentimental. Y, de este modo, cuando el poeta moderno sea más moderno, cuando se instale de manera más impresionante en el estilo moderno, será cuando consiga que la posteridad parezca sosa y sin gracia. Las únicas dos líneas de verdad malas en Swinburne son las más características de Swinburne: ese dístico sobre los lirios y la languidez y los arrebatos de las rosas. Por ser en cierto modo una expresión perfecta suya, nos hacen ver a Swinburne como imperfecto. Y la otra moraleja es que los poetas son hombres, y que los hombres no pueden seguir siendo venerados como dioses. Carlyle hizo su peor trabajo cuando resucitó la expresión pagana “Culto del héroe”. Los paganos, de hecho, le erigieron una estatua a Aquiles, pero no blanquearon la estatua. Tenían una relación objetiva con ella, que no requería de autoengaños morales. Pero Carlyle no podía ser pagano –solo podía ser un mal cristiano o, como dice alguien, un puritano–, y Carlyle sí blanqueó a Cromwell y a Frederick, como nadie blanqueó a Aquiles. Shakespeare y Shelley fueron mejores que Cromwell y Frederick; pero también ellos eran hombres y no estatuas. E incluso su mala poesía puede ser el origen de buena filosofía.

De "All I Survey" (1933)

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