Un fragmento del libro de Chesterton sobre Dickens.
He puesto al frente esta posición por una
razón precisa. Es inútil para nosotros imaginar a Dickens y su vida a menos que
seamos capaces al menos de imaginar esa vieja atmósfera de democrático
optimismo –una confianza en los hombres del común. Dickens depende de que eso
se comprenda en una manera inusual, y esa manera merece una explicación o al
menos unos comentarios.
La desventaja en la que Dickens ha caído, como
artista y como moralista, es muy simple. Consiste en que ninguno de los dos
últimos movimientos de la crítica literaria lo han favorecido en nada. Ha sido
afectado por sus enemigos y por los enemigos de sus enemigos. Los hechos a los que me refiero son familiares. Cuando el mundo apenas despertó del mero
hipnotismo de Dickens, de la tiranía directa de su temperamento, hubo, por
supuesto, una reacción. A la cabeza vinieron los realistas, con sus documentos,
quienes declararon que las escenas y los tipos en Dickens eran por completo
imposibles (en eso tenían toda la razón), y a partir de esta base tan
paradójica objetaron a Dickens como literatura. Sus tipos y escenas no eran
“como la vida” y por eso, según ellos, ahí acababa el asunto. Los realistas
prevalecieron por un tiempo, pero no disfrutaron de su victoria (si acaso
disfrutaron algo) por mucho tiempo. Pronto emergió una
escuela crítica más simbólica. Los hombres vieron que era necesario ofrecer un significado más profundo y
más delicado a la expresión "como la vida”. Las calles no son vida, las
ciudades y las civilizaciones no son vida, los rostros e incluso las voces no
eran la vida misma. La vida está adentro y ningún hombre ha llegado a verla. En
cuanto a nuestras comidas y nuestros modales y nuestro atuendo diario, esas cosas
son como los sonetos: símbolos arbitrarios del alma. Un hombre intenta
expresarse a sí mismo en libros, otro en zapatos; pero ambos probablemente
fracasan. Nuestras casas sólidas y nuestras comidas regulares son, en el
sentido más estricto, ficciones. Son cosas hechas para
tipificar nuestros pensamientos. El abrigo que un hombre usa puede ser completamente ficticio; el movimiento
de sus manos puede ser lo menos parecido a la vida.
Eso fue lo que la inteligencia de los hombres
percibió. Y la fama de Dickens debió beneficiarse enormemente por eso. Porque Dickens
es "como la vida" en el sentido verdadero, en el sentido de que es
similar al principio vital en nosotros y en el universo; Dickens es como la
vida al menos en el pequeño detalle de que está vivo. Su arte es como la vida,
porque, como la vida, no se preocupa por nada exterior, sigue dichoso su camino.
Ambos, la vida y su arte, producen monstruos con un cierto desparpajo, como
enormes derivados; la vida haciendo rinocerontes y el arte haciendo a Mr.
Bunsby. El arte, de hecho, imita a la vida en que no copia la vida, porque la
vida no copia nada. El arte de Dickens es como la vida porque, como la vida, es
irresponsable, porque como la vida es increíble.
Pero el regreso de dicho entendimiento no ha
beneficiado mucho a Dickens; el retorno del romance ha sido casi inútil para
este gran romántico. Ha ganado tan poco con la caída de los realistas como con
su triunfo; ha habido una revolución, ha habido una contrarrevolución, pero no
ha habido una restauración. Y la razón de esto nos lleva de nuevo a la
atmósfera de optimismo popular de la que hablamos. Y la manera más breve de expresar
la negligencia reciente respeto a Dickens es decir que para nuestro tiempo y
gusto exagera el aspecto equivocado.
El arte es exageración. Y eso Dickens y los
modernos lo entendieron. El arte es, en su naturaleza más
profunda, fantástico. El tiempo
trae curiosas venganzas, y mientras los realistas seguían vivos, el arte de Dickens
fue justificado por Aubrey Beardsley. Pero a hombres como Aubrey Beardsley se
les permitía ser fantásticos, porque el estado mental que ellos trajinaron y exhibieron
con énfasis era un estado mental que su periodo entendía. Dickens fatigó y
exhibió con énfasis un estado mental que nuestro tiempo no entiende. La verdad
que él exagera es justo ese viejo sentido revolucionario de la oportunidad
inagotable y la hermandad ruidosa. Y nos molesta su inapropiado sentido de esas
cosas, porque nosotros mismos carecemos de ese sentido. Nos sentimos muy
atribulados con tal abundancia de esas cosas de las que tanto carecemos; desearíamos
tenerla confinada. Porque todos somos exactos y científicos frente a los
asuntos que no nos importan. Detectamos de inmediato exageración en una
presentación sobre mormonismo o en un discurso patriótico del Paraguay. Todos
requerimos sobriedad sobre el tema de la serpiente de mar. Pero en el momento
en que empezamos a creer en algo, en ese momento empezamos a exagerar sobre ese
algo; y en el momento en que nuestras almas se vuelven serias, nuestras
palabras se tornan un poco salvajes. Y es por eso que algunos modernos están
inclinados a la exageración. Permiten a cualquier escritor que exagere sobre la
duda por ejemplo, o sobre la duda frente a la religión, pero no permiten a
nadie que exagere en cuestión de dogmas. Si un hombre es el más moderado cristiano,
ellos huelen “sesgo”; pero puede ser un rabioso molino de viento si habla sobre
pesimismo, y a eso lo llaman temperamento. Si un moralista pinta un cuadro
salvaje sobre la inmoralidad, dudan que sea verdad, dicen que los demonios no
son tan negros como los pintan. Pero si un pesimista pinta con salvajismo la
melancolía, aceptan toda la horrible psicología, y nunca se preguntan si esos
diablos son tan azules como los
pintan.
En pocas palabras, es evidente por qué
incluso aquellos que admiran la exageración no admiran a Dickens: exagera en el
aspecto equivocado. Ellos saben lo que es sentir una tristeza tan extraña y
profunda que solo personajes imposibles pueden expresarla; ellos no saben lo
que es sentir una alegría tan vital y violenta que solo personajes imposibles
puedan expresarla. Ellos saben que el alma puede estar tan triste como para
soñar de manera natural con los rostros azules de los cadáveres de Baudelaire; pero
no saben que el alma puede ser tan dichosa como para soñar de manera
natural con el rostro azul del mayor
Bagstock. Saben que hay un punto en la depresión en el que uno cree en la
existencia de Tintagiles[i]; pero no saben que hay un punto en el
regocijo en el que uno cree en la existencia de Mr. Wegg. Para ellos, las
imposibilidades de Dickens parecen más imposibles de lo que son, porque están
sintonizados con las posibilidades opuestas de Maeterlinck. Para cada estado
mental hay una imposibilidad que resulta apropiada –una decente y cauta
imposibilidad– ajustada al esquema de pensamiento. Cualquier línea de
pensamiento puede terminar en un éxtasis y todos los caminos conducen al país
de las hadas. Pero muy pocos se adentran lo suficiente en la calle de Dickens para
hallar el lugar donde los barrios populares se vuelven tan cómicos que resultan
poéticos. La gente no sabe lo lejos que pueden llegar los buenos espíritus. Nunca
pensamos, por ejemplo (como la vieja tradición popular lo hacía) en buenos espíritus
llegando al mundo espiritual. Lo podemos apreciar en la completa ausencia que
hay en lo moderno de la popular creencia en lo sobrenatural que había en el
viejo goce popular. Hoy se habla con
frecuencia de la sabiduría del mundo espiritual; pero no escuchamos, como nuestros
padres lo hicieron, de la locura del mundo spiritual, de las trampas de los
dioses, ni de las bromas de los santos. Nuestros cuentos populares nos cuentan
de un hombre que es tan sabio que alcanza lo sobrenatural, como el doctor Nikola;
pero nunca nos cuentan (como los cuentos populares del pasado) de un hombre que
era tan tonto que alcanzaba lo sobrenatural, como Bottom el Tejedor[ii].
No entendemos la oscura y trascendental simpatía entre las hadas y los tontos. Entendemos
un ocultismo devoto, un ocultismo malvado, un ocultismo trágico, pero un
ocultismo ridículo está más allá de nuestro alcance. Y sin embargo el ocultismo
ridículo es la misma esencia de "Sueño de una noche de verano". También
es la correcta y creíble esencia de "Cuento de Navidad". El que lo
entendamos depende de si podemos entender que el regocijo no es un accidente
físico, sino un hecho místico; que el regocijo puede ser infinito, como la pena;
que un chiste puede ser tan grande que rompa el techo de las estrellas. Simplemente,
por seguir siendo absurda, una cosa puede ser como Dios; solo hay un paso entre
lo ridículo y lo sublime.
Dickens fue grandioso porque estaba
desaforadamente poseído por todo esto; si de veras vamos a entenderlo, también
debemos estar desaforadamente poseídos por esto. Debemos entender estas viejas
e ilimitadas hilaridad y confianza humana, al menos lo suficiente para
soportarla cuando se le lleva demasiado lejos. Porque Dickens la llevó
demasiado lejos; llevó la hilaridad al punto de dibujar personajes increíbles; llevó
la confianza humana hasta un sentimentalismo que no convence. Si se quiere, es
posible seguir el derrotero de la dicha revolucionaria hasta llegar al epitafio
de Sapsea; es posible seguir la esperanza revolucionaria hasta llegar al
arrepentimiento de Dombey. Hay mucho que criticar en este hombre, si usted
tiene inclinación a criticar; es fácil encontrarlo vulgar, si usted no puede
ver que es divino; y si usted es incapaz de reírse con Dickens, no hay duda de
que puede reírse de él.
Creo que este mucho más valiente mundo suyo
volverá; porque creo que está más atado a realidades, como el amanecer o la primavera.
Pero, para aquellos que sin remedio lo consideran un error, presento esta
apelación antes de hacer cualquier otra observación sobre Dickens. Primero,
simpaticemos, aunque sea por un instante, con las esperanzas del periodo en que
vivió Dickens, con ese alegre tumulto de cambio. Si la democracia lo ha
decepcionado a usted, no la vea como una burbuja que ha estallado, no piense en
ella como una burbuja absurda, sino al menos como un corazón roto, como una
vieja historia de amor. No mire con desdén aquel tiempo en que el credo de la
humanidad se hallaba en su luna de miel; trátelo con la terrible deferencia que
se le debe a la juventud. Para usted, tal vez, una filosofía más pavorosa ha
cubierto y eclipsado la tierra. El fiero poeta de la Edad Media escribió sobre
las puertas del inframundo: "Abandonad toda esperanza, todos los que entráis
aquí”. Los emancipados poetas de hoy en día lo han escrito sobre las puertas de
este mundo. Pero si hemos de entender la historia que sigue, debemos borrar ese
escrito apocalíptico, aunque sea por una hora. Debemos recrear la fe de
nuestros padres, aunque sea como una atmósfera artística. Si usted es un
pesimista, renuncie a los placeres del pesimismo mientras lee esta historia. Sueñe,
por un demencial momento, que la hierba es verde. Desaprenda el conocimiento
siniestro que a usted le parece tan claro; niegue ese conocimiento mortal que
usted cree que poseer. Entregue la flor misma de su cultura; renuncie a la joya
de su orgullo; abandonad toda desesperanza, todos los que entráis aquí.
Fragmento de
“Dickens” (1906)
[i] Personaje de una obra teatral de Maurice
Maeterlinck.
[ii] Personaje de Sueño de una noche de
verano, de William Shakespeare.