Tuesday, September 25, 2018

Chaucer y la paciencia




El reto que ofrece Chaucer consiste en que, para la mayoría de los modernos, es nuestro único poeta medieval y en que contradice por completo todo lo que ellos entienden por medieval. Historiadores envejecidos y enmarañados les dicen a los modernos que el medievalismo fue solo suciedad, miedo, melancolía, autocastigo y tortura de los otros. Incluso los estetas medievalistas les dicen que esa época fue en esencia misterio, solemnidad y preocupación por lo sobrenatural a expensas de lo natural. Chaucer es obviamente mucho menos eso que los poetas que vinieron después del Renacimiento y la Reforma. Es obviamente más sano que Shakespeare, más liberal que Milton, más tolerante que Pope, tiene más humor que Wordsworth, es más sociable y se siente más a gusto con los hombres que Byron o incluso que Shelley. Algunos se han preguntado si no será más humano que el último de los humanistas, si su genialidad no excede el cándido optimismo de Aldous Huxley o el espíritu elevado y siempre burbujeante de T. S. Eliot.
Chaucer fue, por encima de todo, un artista; y fue uno de esa banda numerosa y feliz de artistas que no se preocupan para nada por el temperamento artístico. Quizá nunca hubo un poeta menos típico, frente a la concepción de los poetas como de pasiones oscuras y atuendos tempestuosos, en la tradición de Byron. Pero esa generalización está basada primordialmente en Byron o, mejor, en un error sobre Byron. Sería mucho más cierto decir que todo tipo de ser humano ha sido también poeta, y que Byron fue la novela Regency Buck más poesía. Del mismo modo, Goethe fue un profesor alemán más poesía, y Browning fue un burgués de aspecto algo comercial más poesía, y Heine era un judío cínico  más poesía, y Scott fue un granjero adquisitivo más poesía, y Villon fue un ladronzuelo más poesía, y Wordsworth fue un fideo más poesía, y Walt Whitman fue un holgazán americano más poesía. Todavía no he tenido noticias de un dentista americano o de un supervisor de almacén que sea poeta, pero no dudo que muy pronto se llenarán esos vacíos. Pero, en fin, el asunto es que por regla general cualquier ocupación o tipo de hombre puede ser un artista –incluso los estetas.
Pero una o dos veces en la historia aparece el artista que es la antítesis extrema del esteta. Geoffrey Chaucer fue uno de esos artistas. Chaucer fue uno de esos hombres que siempre procuran ser útiles, y no solo ornamentales. La gente confiaba en él, tanto en el sentido moral como en el sentido más práctico. No era de esa clase de poetas que olvidaría poner una carta en el correo, por enviarle una oda sin estampilla al pájaro cuco –si las estampillas de un centavo hubieran existido en aquel tiempo. No solo le fueron asignados muchos cargos de responsabilidad, sino cargos de responsabilidad de naturalezas muy diversas. En una ocasión fue enviado a negociar las finanzas delicadas de un pago y acuerdo de paz con un príncipe. En otra ocasión se le asignó la supervisión de constructores y empleados de un enorme edificio público. Se ha conjeturado que tenía algún conocimiento técnico de arquitectura, y creo que las descripciones que hace en sus poemas de ciertos templos paganos y palacios reales apoyan esa conjetura. Es un hecho que conocía bien el protocolo oficial y la etiqueta de las oficinas  reales, y que actuó como testigo sobre un asunto de heráldica en un importante juicio. Aunque hay cierta oscuridad sobre sus relaciones con la corte, durante y después de la debacle de Ricardo II, se sabe que al menos durante la mayor parte de su vida desempeñó oficio tras oficio, de la más curiosa variedad, con la satisfacción creciente de sus empleadores. Era, de manera enfática y según la frase popular, un hombre de mundo.
Pero, a través de todos estos oficios, el elemento lírico fluía de manera natural, del mismo modo como un hombre silbaría o cantaría mientras planta un arbusto o suma las cifras de una columna. Nunca pareció haber sentido alguna dislocación entre ese mundo donde era un hombre de mundo y ese otro mundo donde era inmortal. Tenía esa clase de temperamento en el que no hay antítesis entre sentido y sensibilidad. No parece haber tenido conflictos con mucha gente, incluso en ese tiempo de transición tan conflictivo; y no parece haber tenido conflictos consigo mismo. Como cristiano, estaba listo para acusarse a sí mismo cuando consideraba algún asunto con seriedad; pero eso es muy diferente a esa fricción constante entre partes diferentes de la mente que ha estropeado la alegría de tantos artistas y poetas.
No quiero decir solamente que en su sentido más elevado la poesía de Chaucer, como la de Dante, era una armonía. Quiero decir que en el sentido humano ordinario era una melodía. No solo permanecía impecable, sino que no se mezclaba; no la tocaban las complejidades de la vida, estuvieran allí o no. Es desafortunado que la expresión "estado de ánimo" se use casi siempre para hablar de un ánimo sombrío o reservado, y que no quede implícita la posibilidad de que alguien esté dichoso cuando hablamos de estado de ánimo. Porque de hecho existió una cosa especial que podemos llamar el estado de ánimo chauceriano, y era de una esencia dichosa. Hay en su obra muchos pasajes patéticos, y uno o dos pasajes de tragedia, pero nunca nos hacen sentir que el estado de ánimo de veras se ha alterado, y parece que el hombre que habla está siempre sonriendo mientras habla. En otras palabras, el asunto que es supremamente chauceriano es la atmósfera chauceriana, una atmósfera que penetra a las personas y los problemas particulares, una especie de luz difusa que se posa sobre todo, ya sea cómico o trágico, e impide que la tragedia conduzca a la desesperanza y que la comedia se incline a la crueldad. Ningún crítico de arte, por muy artístico que sea, ha conseguido describir una atmósfera. La única manera de acercársele es comparándola con otra atmósfera. Y este estado de ánimo chauceriano se parece mucho a aquel con que (antes de que se vulgarizara con palabrerío y comercialismo) algunos de los grandes poetas ingleses modernos han hablado de la Navidad.
Chaucer fue lo suficientemente amplio para ser estrecho; quiero decir que podía trasladar una experiencia amplia de la vida hasta el disfrute de las cosas locales e incluso accidentales. Ese es uno de los principales defectos de la literatura de hoy: que siempre habla de las cosas locales como si limitaran –como si asfixiaran– y como si los accidentes desentonaran. Una cena de Navidad, descrita por un poeta menor de hoy en día, muy probablemente sería un estudio lleno de agudeza sobre la agonía: la insoportable sosería del tío George, la voz disonante de la tía Adelaida. Pero Chaucer, que se sentó en la mesa con el molinero y con el confesor, pudo haberse sentado en Navidad con el más pesado de los tíos y con la tía más estridente. Quizá se habría divertido con ellos, pero nunca se habría sentido enojado por ellos, y jamás los habría insultado en poemitas irritables. Y la razón era en parte espiritual y en parte práctica. Espiritual porque Chaucer tenía, cualquiera que fueran sus faltas, un esquema de valores espirituales en el orden correcto, y sabía que la Navidad era más importante que las anécdotas del tío George. Práctico porque había visto el amplio mundo de los seres humanos y sabía que cuando un hombre se aventura entre los hombres, en Flandes o Francia o Italia, encuentra que el mundo está hecho principalmente de tíos George. Esta paciencia imaginativa es lo que los hombres modernos más buscan en la Navidad moderna, y si quieren aprenderla les recomiendo que lean a Chaucer.

De "All I Survey" (1933)

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