Tuesday, December 18, 2018

La poesía de las cosas

La cosa semáforo no carece de poesía: es un lugar donde los hombres, en medio de una agonía de ojos muy abiertos, encienden fuegos del color de la sangre y del agua del mar para salvar a otros hombres de la muerte.




No hay un tema que no sea interesante. Lo único que puede haber es personas desinteresadas. Necesitamos con urgencia una defensa de los que aburren. Cuando Byron dividió a la humanidad entre los aburridores y los que se aburren, le faltó notar que las cualidades más elevadas están en el lado de los primeros y las bajas del lado de los que se aburren, entre los que él mismo se contaba. El aburridor, con su entusiasmo rutilante y su solemne alegría, ha demostrado que es poético. El que se aburre demostró que era prosaico.
Es posible que nos parezca una molestia contar todas las hojas de hierba o todas las hojas de los árboles; pero esto no se debe a nuestra audacia o nuestra alegría de espíritu, sino a nuestra carencia de esos atributos. El aburridor seguirá adelante, con audacia y alegría, y le parecerá que las hojas de hierba son tan espléndidas como las espadas de un ejército. El aburridor es más fuerte y más dichoso que nosotros; es un semidiós —no, es un dios. Porque los dioses son los que no se cansan de la repetición de las cosas; para ellos el anochecer es siempre nuevo, y la última rosa es tan roja como la primera.
El sentimiento de que todo es poético es algo sólido y absoluto; no es solo un asunto de fraseología o de persuasión. No solo es cierto, sino verificable. Se puede retar a los hombres a que lo nieguen, a que mencionen algo que no sea material poético. Recuerdo que hace mucho un subeditor sensible se me acercó con un libro cuyo título era “El señor Smith” o “La familia Smith” o algo por el estilo. Me dijo: “Te aseguro que no encontrarás aquí nada de tu maldito misticismo”. Me satisface haber demostrado que estaba equivocado; pero la victoria fue muy fácil y obvia. En la mayoría de los casos el nombre no es poético, pero el hecho es poético. En el caso de Smith (Nota del traductor: “Smith”, cuya traducción es “Herrero”, suele usarse como ejemplo de apellido muy común, como Pérez o García en español), el nombre es tan poético que debe ser un asunto arduo y heroico que un hombre pueda vivir a su altura. Smith es el nombre del único oficio que hasta los reyes respetaban. Puede reclamar para sí la mitad de la gloria de ese canto de las armas, el arma virumque de los poemas épicos. El espíritu de la herrería es tan cercano al espíritu del canto que se ha mezclado con millones de poemas, y todo herrero es un armonioso herrero.
Incluso los niños del pueblo sienten de manera vaga que el herrero es poético, como no llegan a serlo el verdulero y el zapatero, cuando se regodea en esa danza de chispas y golpes ensordecedores en la caverna de esa violencia creativa. El reposo crudo de la naturaleza, la astucia apasionada del hombre, el más fuerte de los metales terrenales, el más raro de los elementos, el hierro inconquistable subyugado por su único conquistador, la rueda y el arado, la espada y el martillo, la disposición de los ejércitos y toda la leyenda de las armas, todas estas cosas están escritas, ciertamente con brevedad, pero de manera claramente legible, en la tarjeta de visita de Mr. Smith. Y sin embargo nuestros novelistas llaman a su héroe "Aylmer Valence", que no significa nada, o "Vernon Raymond", que tampoco significa nada, cuando podrían haberle dado el sagrado nombre de Smith —un nombre hecho de hierro y de llamas. Sería muy natural que cierta altivez, cierta actitud de la cabeza, cierto doblez de labios distinguieran a todos los que llevan el nombre de Smith. Tal vez lo hacen; confío en que es así. Todos los demás son advenedizos, pero los Smith nunca lo son. Desde el más oscuro amanecer de la historia este clan ha avanzado hacia la batalla; sus trofeos están en todas las manos; su nombre está en todos lados; es más antiguo que todas las naciones, y su símbolo es el martillo de Thor. Pero, como también lo señalé, no suele ser así. Es común que las cosas comunes sean poéticas; pero no es tan común que los nombres comunes sean poéticos. En la mayoría de los casos, el nombre es el obstáculo. Muchas personas hablan como si esta declaración nuestra, la de que todas las cosas son poéticas, fuera solo un asunto de ingenio literario, un juego de palabras. Pero es todo lo contrario. La idea de que algunas cosas no son poéticas es el verdadero juego de palabras, lo verdaderamente literario, La palabra semáforo no tiene nada de poético. Pero la cosa semáforo no carece de poesía: es un lugar donde los hombres, en medio de una agonía de ojos muy abiertos, encienden fuegos del color de la sangre y del agua del mar para salvar a otros hombres de la muerte. Esa es la simple y genuina descripción de un semáforo. La prosa solo aparece con la manera como se le denomina. La palabra buzón no tiene nada de poética. Pero la cosa buzón no carece de poesía: es el espacio al que amigos y amantes le confían sus mensajes, conscientes de que cuando lo hagan serán sagrados, y no podrán ser tocados, no solo por otros, sino también (¡toque sagrado!) por quien acaba de depositarlo. Esa torrecita roja es uno de los últimos templos. Poner una carta y casarse están entre las pocas cosas enteramente románticas que quedan; porque para ser romántica una cosa debe ser irrevocable. Pensamos que un buzón es prosaico, porque no hay con qué hacerle rima. Pensamos que un buzón es prosaico porque nunca lo hemos visto en un poema. Pero los hechos contundentes se inclinan del lado de la poesía. Un semáforo solo recibe el nombre de semáforo, pero es un lugar de vida o muerte. Un buzón solo recibe el nombre de buzón, pero es un santuario de las palabras humanas. Si piensas que el nombre "Smith" es prosaico, no se debe a que seas práctico y sensible; se debe a que te encuentras muy afectado por refinamientos literarios. El nombre grita en tu rostro la palabra poesía. Si piensas de otro modo, se debe a que estás impregnado y saturado con reminiscencias verbales, porque recuerdas todo lo que se ha escrito en revistas sobre Mr. Smith borracho o Mr. Smith recibiendo cantaleta. Todas estas cosas te fueron concedidas con poesía. Solo ha sido a través de un largo y elaborado esfuerzo literario que has conseguido hacer que sean prosaicas.

De “Sobre Mr. Kipling y la manera de empequeñecer el mundo”, en Herejes.

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