Sunday, August 20, 2017

La paz y el papado

Un texto de 1929, a propósito de la visita a Colombia del papa Francisco.


Hay un dicho que para algunos resulta irreverente, aunque en verdad respalda una parte importante de la religión: “Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo”. No es muy diferente de algunas de las atrevidas preguntas con que Santo Tomás de Aquino inicia su defensa de la Fe. Algunos de los críticos modernos de su fe, especialmente los críticos protestantes, han incurrido en un curioso error, en buena parte por ignorancia del latín y del uso antiguo de la palabra divus, y han acusado a los católicos de describir al Papa como Dios. Que un católico diga que el Papa es Dios es tan probable como que diga que un grillo es Dios. Pero hay un sentido en el que ellos reconocen una correspondencia eterna entre la posición del Rey de reyes en el universo y la de su virrey en el mundo, como la correspondencia entre una cosa real y su sombra; una semejanza como la deteriorada y defectuosa semejanza entre Dios y la imagen de Dios. Y entre las coincidencias en esta comparación se puede incluir el caso de este epigrama. El mundo se dirige cada vez más a una posición en la que incluso los políticos y los hombres prácticos se verán en la situación de decir: “Si el Papa no existiera, habría que inventarlo”.

_________________________

Sería posible describir en términos precisos pero abstractos la idea general de un cargo o responsabilidad que correspondería exactamente con la que tiene el papado en la historia, y que sería aceptada bajo principios éticos y sociales por numerosos protestantes y librepensadores; hasta que descubrieran  con ira y desconcierto que fueron engañados para que aceptaran la arbitración del Papa.

_________________________________

No es del todo imposible que traten de hacerlo. La verdad es que multitudes de ellos ya habrían aceptado al Papa si no se le llamara de ese modo. Para hacer una chanza piadosa a un buen número de heréticos e infieles, creo que sería muy posible describir en términos precisos pero abstractos la idea general de un cargo o responsabilidad que correspondería exactamente con la que tiene el papado en la historia, y que sería aceptada bajo principios éticos y sociales por numerosos protestantes y librepensadores; hasta que descubrieran  con ira y desconcierto que fueron engañados para que aceptaran la arbitración del Papa.
Supongamos que alguien intentara promover la vieja idea como si se tratara de una nueva; supongamos que dijera: “Propongo que se erija, en una ciudad central de la parte más civilizada de nuestra civilización, la sede de un funcionario  oficial que represente la paz y las bases de acuerdo entre todas las naciones circunvecinas; hagamos que –por la naturaleza de su cargo– pueda mantenerse al margen y al mismo tiempo comprometido a considerar los aciertos y errores de todos; pongámoslo allí como un juez para explicar  una ley ética y un sistema de relaciones sociales; procuremos que sea de condición y entrenamiento diferentes a los que estimulan las ambiciones ordinarias de gloria militar e incluso los vínculos ordinarios de tradición tribal; encarguémonos de que esté protegido  de las presiones de reyes y príncipes; juramentémoslo de tal modo que considere a los hombres como hombres”. Es seguro que a estas alturas no pocos –y pronto muchos más– serían capaces de proponer por su propia cuenta  una institución internacional como ésa; también hay muchos que, en medio de su ingenuidad, podrán pensar que nunca antes se ha intentado hacer algo semejante.

_____________________

Un monarca es un hombre; pero una oligarquía no es los hombres; es unos cuantos hombres que forman un grupo tan pequeño como para ser insolente y tan grande como para ser irresponsable. 
_____________________

Es cierto que todavía muchos de esos reformadores sociales se echarían atrás ante la idea de que tal institución fuera un único individuo. Pero incluso ese prejuicio es debilitante frente al desgaste y deterioro de la experiencia política real. Podríamos estar unidos, como muchos de nosotros lo estamos, al ideal democrático; pero la mayoría hemos comprendido que la democracia directa, la única democracia que satisface a un verdadero demócrata, es algo que se puede aplicar a algunas cosas pero no a otras; y que para nada es aplicable en un caso como éste. El vocero de una amplia civilización internacional, o de una amplia religión internacional, no sería de ninguna manera la suma de las voces distinguibles y articuladas o de las quejas de todos los millones de fieles. El pueblo no sería el heredero de un Papa destronado; es un sínodo o grupo de obispos. No hablamos de una alternativa entre monarquía y democracia, sino una alternativa entre monarquía y oligarquía. Y, como soy uno de aquellos demócratas idealistas, no tengo la más leve duda para elegir entre esas dos formas del privilegio. Un monarca es un hombre; pero una oligarquía no es los hombres; es unos cuantos hombres que forman un grupo tan pequeño como para ser insolente y tan grande como para ser irresponsable. Un hombre en la posición del Papa, a menos que sea un verdadero loco, tiene que ser responsable. Pero los aristócratas siempre pueden achacarse la responsabilidad unos a otros; y sin embargo crear una sociedad común y corporativa de la que queda erradicada cualquier consideración por el resto del mundo.  Estas son conclusiones a las que está llegando mucha gente en el mundo; y muchos quedarían sorprendidos y horrorizados de comprender a dónde conducen esas conclusiones.  Pero aquí el punto es que incluso si nuestra civilización no redescubre la necesidad del papado, es bastante probable que tarde o temprano tratará de ofrecer la necesidad de algo como el papado mismo; incluso si trata de hacerlo por su propia cuenta. Esa sería de verdad una situación irónica. El mundo moderno establecería un nuevo anti-Papa, aunque, como en la novela de Monseñor Benson, el anti-papa tiene más bien el carácter de un Anticristo.


El asunto es que los hombres intentarán establecer algún tipo de poder moral fuera del alcance de los poderes materiales. Esa es la debilidad de muchas respetables y bienintencionadas iniciativas de justicia internacional que hoy mismo se adelantan; pero el hecho es que ese consejo internacional apenas puede evitar ser un microcosmos o modelo del mundo que está fuera de él. Con todas su cosas grandes y pequeñas. Incluso con las cosas que son demasiado grandes. Supongamos que en las gestiones internacionales del futuro algún poder, digamos que Suecia, se considere desproporcionado y problemático. Si Suecia es muy poderosa en Europa, será muy poderosa en el consejo de Europa. Y por ser irresistible, es aquello a lo que es necesario resistir; o en todo caso restringir. No veo cómo pueda Europa escapar algún día de este dilema lógico, excepto descubriendo de nuevo alguna forma de autoridad de estricto tipo moral y que sea la custodia reconocida de una moral. Se podría muy decir que aquellos ocupados con ese deber pueden no siempre practicar lo que profesan. Pero los otros gobernantes del mundo no están ni siquiera comprometidos a practicarlo.

______________________

Sólo había una institución que podía, en cualquier momento, estar inclinada a decir: “No deposites tu confianza en los príncipes”. 
______________________

Una y otra vez en la historia, en especial en la historia medieval, el papado ha intervenido a favor de los intereses de la paz y de la humanidad; así como los más grandes santos se han arrojado ellos mismos entre las espadas y dagas de facciones enfrentadas. Pero si no hubiera ni papado ni santos en la iglesia católica, el mundo abandonado a sí mismo no habría sustituido las abstracciones sociales por los credos teológicos. Como un todo, la humanidad ha estado lejos de ser humanitaria.  Si el mundo hubiera estado abandonado a sí mismo, digamos durante la época del feudalismo, todas las decisiones habrían  estado rígida e implacablemente de acuerdo con las reglas del feudalismo. Sólo hubo una institución en ese mundo que existía desde antes de que existiera el feudalismo. Sólo había una institución que pudiera acarrear algún leve recuerdo de la Republica y del derecho romano. Si el mundo hubiera quedado abandonado a sí mismo en la época del Renacimiento y la política de los principados, habría estado organizado de acuerdo con la moda del momento y en función de la glorificación de los príncipes. Sólo había una institución que podía, en cualquier momento, estar inclinada a decir: “No deposites tu confianza en los príncipes”. De haber estado ausente, el único resultado habría sido que el famoso acuerdo cujus regio ejus religio habría sido todo regio con poquísimo religio.  Y así, por supuesto, nuestro tiempo también tiene sus dogmas inconscientes y sus prejuicios universales; y requiere de una separación especial, sagrada y –como piensan algunos– con algo más que humano para poder plantarse por encima de todos para ver más allá.
Sé que este ideal, como cualquier otro, ha sido objeto de abusos; lo único que digo es que incluso aquellos que más denuncian la realidad empezaran de nuevo a buscar el ideal. No propongo que un tribunal como tal actúe como un tribunal legal o que se le confiera poder de interferencia en los gobiernos.  Al menos en este caso, estoy completamente seguro de que un tribual así nunca aceptaría un vínculo semejante. De hecho, tampoco deseo que ninguno de los tribunales seculares establecidos ahora para buscar la paz internacional pueda tener poder para intervenir en la libertad nacional y local. Prefiero darle tal poder a un papa que a  políticos o diplomáticos como aquellos a quienes el mundo se los está dando ahora. Pero, no quiero darle ese  poder a nadie, ni siquiera al Papa, y la autoridad en cuestión no quiere recibirlo de nadie. Aquello de lo que hablo es puramente moral y no puede existir sin una cierta lealtad moral; es una asunto de atmósfera e incluso en cierto sentido de afecto. N0 tengo espacio aquí para describir cómo puede crecer un apego semejante; pero de todas maneras no hay duda que alguna vez creció en torno a cierto centro religioso  de nuestra civilización; y que es poco probable que vuelva a crecer de nuevo excepto por algo que busque un ideal más elevado de humildad y caridad que el estándar ordinario del mundo. Los hombres no pueden sentir afecto por el emperador de otras personas, o incluso por los políticos de otros pueblos; se ha visto incluso que con sus propios políticos el afecto se enfría. No veo prospectos de un núcleo positivo de afinidad excepto en cierto entusiasmo positivo por algo que mueve las partes más profundas de la naturaleza moral del hombre; algo que no puede unirnos siendo enteramente internacionales (como dicen los pretenciosos), sino siendo humanos de manera universal.  Los hombres no pueden estar de acuerdo en nada, del mismo modo que no pueden estar en desacuerdo. Algo lo suficientemente  amplio para construir ese acuerdo tiene que  ser más amplio que el mundo mismo.

Tomado de The Thing (1929)







 . 



 .

No comments:

Post a Comment